domingo, abril 13, 2008

Juan Echanove

Luis me invita a la inauguración de una joyería. Su estudio ha diseñado la reforma del local y ha organizado un cocktail para celebrarlo.
—¿Podrías intentar convencer a Nacho y a Borja de que se pasen? He intentado hablar con ellos pero están siempre ocupados.
Sólo consigo que me acompañe Nacho. Borja está haciendo trabajo de investigación para su película y ese día asiste a un seminario sobre energías renovables en Toledo.
Acudimos directamente al bar en el que se celebra el cocktail. La edad media de los invitados es de ciento cincuenta años. Luis está de pie encima de un altavoz hablando por un micrófono. Informa a los asistentes de que al final de la noche participarán en el sorteo de un diamante. Saludamos a Pablo, el socio de Luis. Nos pide que le acompañemos. Nos conduce a otra sala y nos presenta a Ana Botella. Los camareros se pasean ofreciendo vino y canapés. Para relajarme, cojo las copas de dos en dos.
Jorge Berlanga y Juan Echanove están charlando en una esquina. Nacho saluda a Jorge Berlanga. Juan Echanove se acerca a mí.
—He leído ese texto que publicaste en tu blog —dice—. Me parece intolerable, —continúa, agitando sus manos minúsculas delante de mi cara—. Te exijo —grita—, te exijo que me trates como merezco.
Todo el mundo nos mira.
—¡Trátame como merezco!
No sé qué decir. Me encojo de hombros.
—Trátame como a una puta.
Doy un paso atrás. Juan Echanove se echa encima de mí e intenta besarme. Le rechazo con un empujón, cae de rodillas en el suelo y se echa a llorar.
—Déjame doscientos euros —suplica, abrazado a mi pierna.
Consigo zafarme y hago que se incorpore. Le conduzco a la barra, lejos de la gente. Juan Echanove cierra los ojos, extiende los brazos y empieza a moverse al ritmo de la música, como en trance.
—¿Qué quieres tomar? —digo.
Me arrebata la copa y se la bebe de un trago.
—Escúchame un minuto —dice, mirándome fijamente a los ojos—. Los esclavos hacen nuestro trabajo.
Me siento en un taburete y pido dos copas de vodka.
—A veces me gustaría poder desplazarme sin tocar el suelo —dice.
—Eso se llama volar.
—Sí —dice—. Eso se llama volar