martes, noviembre 14, 2006

El Ministerio del Amor

Ustedes ya saben que a veces me pongo lírico. Y cuando me pongo lírico me pongo lírico sin paliativos, se apodera de mí un lirismo atronador, capaz de hacer sangrar los oídos. Esto sucede porque soy una persona SENSIBLE A LA BELLEZA. Mi sensibilidad es comparable al olfato de esos pastores alemanes que buscan droga en los aeropuertos. Si la belleza fuera un artículo de contrabando el Gobierno me contrataría para detectarla. Y algún día verían mi foto en los periódicos, gateando junto a un policía, al lado del mayor ALIJO DE BELLEZA jamás interceptado. Ustedes ya saben todo esto. Sólo se lo recuerdo porque en mi redacción de hoy trataré un asunto con arrebatadas dosis de lirismo: el amor. Quedan avisados.

“El amor”, por Alberto González
El amor no es un tema importante. No aparece en las encuestas del CIS, ni en el BOE, ni en los documentos secretos de la CIA. No se trata en las cumbres de jefes de estado ni en los plenos del ayuntamiento. El asunto más cercano al amor que se discute en las instituciones es el SIDA. Si una civilización extraterrestre visitara la Tierra después del Holocausto sus exploraciones arqueológicas no les dirían nada acerca del amor. Encontrarían cacerolas, jaulas, televisores y, tal vez, en una biblioteca en ruinas, unos versos de Juan Ramón Jiménez…

Y mirarás, en pálido embeleso,
sombras en pena, ronda de martirios,
allí donde el amor, beso tras beso,
fue como un agua plácida entre lirios...


“¡Atención, hemos descubierto ALGO!”, gritaría uno de los arqueólogos alienígenas. “¡Detengan la excavación!”. Sus compañeros le rodearían excitados agitando sus antenas. “¡Qué ocurre! ¡De qué se trata!”. “HE ENCONTRADO UN TEXTO DE UN SOPLAPOLLAS”. “Por qué de un soplapollas, cómo lo sabe”. “¡PORQUE RIMA!”.
El Ministro del Amor luce una sonrisa deslumbrante, una mano ortopédica y relleno en la entrepierna. Se amputó la mano para dejar de enviar mensajes de madrugada con su teléfono móvil. Cuando agotó su saldo se cortó el salchichón. El Ministerio del Amor está en mi calle. Sus paredes son de color fucsia y sus ventanas tienen forma de corazón

lunes, noviembre 13, 2006

Peor

A Nacho y a Nahikari se les antoja cenar en el restaurante que ha abierto Sergi Arola en el Reina Sofía. Hacen una reserva para las diez y cuarto. Llegamos a las diez y cuarto. Está iluminado con luz indirecta y nos encanta. Tenemos que utilizar la linterna del teléfono para leer la carta. Pedimos una especie de menú degustación. Tres cuartos de hora después llegan los primeros entrantes. Nos quejamos y el camarero se disculpa: “Ha habido un problema con el ordenador”. Media hora después llegan los siguientes platos. Nos quejamos. El camarero se indigna: “Ya me he disculpado antes, qué quieren que haga ahora”. Le recordamos que hace exactamente dos horas que hemos llegado al restaurante y que todavía no ha llegado el segundo plato. “Intentaré arreglarlo”. Cuando vuelve nos dice que estamos invitados. Otro camarero se acerca con una botella de cava y nos muestra la etiqueta. “Oh, gracias”. La abre, nos sirve y la deja en una cubitera. Regresa al cabo de un minuto y dice: “Oh. Ha habido un error. Ustedes no han pedido cava”. Y se lleva la botella. Un minuto después la trae de vuelta: “Bueno, ya que la hemos abierto”. Nos vamos a Malasaña. Todo es borroso. Acabo compartiendo cama con Nacho en un piso de estudiantes. Me despierto a las dos. A las cinco y media se proyecta mi corto en Alcalá y tengo que ir porque me han reservado una habitación. Llamo a la coordinadora del festival. “Toma el primer desvío y cuando llegues pregunta por el teatro”. Aparco a las afueras del pueblo. Alcalá es mucho más feo de lo que lo recordaba. Pregunto por el teatro. Hay que caminar un poco. Antiguamente solían empapelar la ciudad con carteles del festival pero este año no se ve nada. El teatro es un sitio horrible. Falta un cuarto de hora para la proyección y allí no hay nadie. Una chica se asoma a la puerta.
—Sí, es aquí. Te he visto mirando.
—Ah, gracias. Dónde recojo la acreditación.
—Qué acreditación. La función empieza enseguida.
—Q-qué función.
—Adónde vas tú.
—Mi corto se proyecta a las cinco y media.
—Ah, tú vas al festival de Alcalá. Esto es Torrejón.
Cuando llego a Alcalá mi corto ya se ha proyectado, así que me voy al hotel. La recepcionista me informa de que la reserva era para el sábado. La coordinadora dice que puedo quedarme. La habitación es siniestra. Me tumbo en la cama y pienso que si paso allí cinco minutos más terminaré pintando las paredes con mi sangre. Bajo a recepción.
—Te dejo la llave.
—Si vuelves más tarde de la una tienes que pedírsela a seguridad.
—Volveré antes. Es domingo.
Me subo en el coche y me voy a casa

viernes, noviembre 10, 2006

Fatal

Me despierto en el sofá de Nacho y pienso: “Mierda”. El coche. Se lo explico atropelladamente a Nahikari y salgo corriendo y, en efecto, la grúa se lo ha llevado. Antes de acudir al depósito decido tomarme un café en casa de mi hermana para aplacar la resaca y para felicitarla por su cumpleaños. De camino me encuentro con Luis, al que no veo desde hace meses, y le cuento que la grúa se ha llevado mi coche y que antes de ir al depósito me tomaré un café en casa de mi hermana para aplacar la resaca. Pienso: “Mierda”. No nos vemos desde hace meses y tiene que encontrarme EN ESTE ESTADO. Me llamó el otro día para preguntarme qué tal estaba después de que Antena 3 cancelara nuestro programa y Antonia cancelara nuestra relación y le dije que me sentía MEJOR QUE NUNCA. Y ahora se topa conmigo un viernes a las doce del mediodía, con la cara desencajada, con el pelo sucio, medio borracho, profiriendo lamentos como un DEMENTE… Fatal.
Llego a casa de mi hermana y se me ha olvidado que es su cumpleaños. Reacciono cuando me enseña la cámara de fotos que le ha regalado Héctor. Preparan café e intentan convencerme de que no pasa nada. En el taxi que me lleva al depósito pienso: “Mierda”. Qué pasó anoche. Estuve en el estreno de “The Birthday”. Estuve analizando con Daniel nuestras respectivas rupturas. Estuve en la pista del Astoria como una estatua. Estuve analizando con la hermana de Alex nuestras respectivas rupturas. Estuve haciéndome el remolón con Natalia. Estuve bebiendo cerveza en casa de una señora que necesitaba un camello. Estuve haciendo chistes con Nacho que los demás recibían con desprecio. Estuve durmiendo en un sofá. Mañana hago algo

domingo, noviembre 05, 2006

Entrevista con Antonio Banderas

Antonio Banderas nos recibe en su casa de Miami. Está contento. Acaban de ofrecerle el papel de Sayid, el soldado irakí, en la adaptación teatral de “Lost”.
—Representamos una obra diferente cada semana. Transcribimos cada episodio después de su emisión, hacemos fotocopias y al día siguiente cada uno ya se ha aprendido su papel. Mucha gente prefiere pagar cincuenta dólares por ver la serie en el teatro, aunque no haya efectos especiales y no consigamos memorizar bien los diálogos. Pero la cercanía, la magia… Es un proyecto ganador.
—Pero de momento el volumen de espectadores no es muy elevado…
—Bueno, para combatir eso estamos empleando una estrategia de marketing agresiva: todas las tardes colgamos el cartel de “no hay billetes” aunque sólo se hayan vendido dos entradas. Cuando la gente pasa delante del teatro ve el cartel y piensa: “Hey, se han agotado los billetes, debe tratarse de una obra sensacional, ¡vamos a comprar una entrada!”.
Banderas termina de liarse un porro del tamaño de una zanahoria. Me anima a probarlo.
—Es de Marruecos. Suelo viajar allí dos o tres veces al mes para traer polen. Qué pensabas, ¿que este culo sólo servía para menearlo encima de Victoria Abril?
Le comento que además de seguir su actividad teatral le hemos visto en los medios promocionando un perfume. Su expresión se tuerce.
—¿Sabes por qué no se vende mi colonia? Porque huele a pis de vieja. ¡Te lo juro!
—Usted dijo que había escogido el perfume personalmente…
—Bueno, sí. Fue un arrebato. Me llevaron un día al laboratorio y se pasaron toda la mañana enseñándome muestras: aromas cítricos, frutales…No sé, estaba ya un poco aburrido de todo aquello. Entonces una señora mayor que había sentada al fondo de la sala pidió permiso para ir a orinar y entonces… ¡bam! Se me encendió la bombilla: por qué aferrarnos a aquellos olores tradicionales, por qué no ser ambiciosos y poner patas arriba el mundo de la perfumería. No funcionó. Supongo que la gente todavía no está preparada.
—Usted ha destacado por su compromiso en muchas ocasiones. ¿Cree que el apoyo de figuras públicas a causas humanitarias es realmente útil?
—No sirve para nada. Que vaya un domingo a hacerme fotos con unos mongolitos no les va a hacer más listos. Al día siguiente se les va a caer la baba igual. El mundo es una mierda y no podemos hacer nada para remediarlo. Por eso no tengo hijos.
—Pero usted tiene una hija con Melanie Griffith, Estela del Carmen…
—No es mía. ¿Tú la has visto? ¡Pero si es completamente rubia, por el amor de Dios!
—¿Cómo le gustaría retirarse?
—No me retiraré mientras la gente quiera seguir viendo mi culo en una pantalla. Y tengo la esperanza de que eso no suceda nunca.
—¿Le gustaría morir encima del escenario?
—Te voy a contar un secreto: hace unos meses sufrí un ataque de apendicitis y mi mujer se empeñó en llevarme al hospital, pero yo insistí en que me llevara al teatro. Me arrastré hasta el patio de butacas y me pasé varias horas allí tirado con unos dolores horribles, aunque debo reconocer que a ratos me reía porque estaban representando una obra de Tricicle. Menos mal que al final sólo eran gases. Claro que quiero morir encima del escenario. Y si es mañana, mejor