viernes, octubre 22, 2004

El Circo del Sol

Odio el puto Circo del Sol. Me da ASCO. Es un odio ignorante y cegador, la misma clase de odio de las guerras civiles y los parricidios. Odio las acrobacias, la mímica, la gimnasia, las máscaras, la sincronización y la alegría. Me quedo con el circo tradicional, con sus contorsionistas alcoholizados y sus payasos suicidas. Con sus fieras drogadas y sus carromatos hediondos.
El circo es una mierda y no hay manera de legitimarlo. Una revisión higiénica y musculada tiene el mismo sentido que una bomba atómica con olor a fresa. Es mucho mejor morir a manos de un loco que de un poeta

viernes, octubre 01, 2004

Moteros tranquilos, kale borroka

Nahikari se queja a veces porque cree que su nombre no aparece lo suficiente en este diario, así que intenta darme motivos para mencionarla. El otro día intentó romper una máquina expendedora de tabaco a puñetazos. Y la semana pasada nos invitó a las fiestas de Bilbao. Nos alojó en una casita estupenda, a las afueras, y nos guió a través de aquel espacio de diversión concentrada. Los bilbaínos participan de una asombrosa ilusión colectiva que les hace creer que no hay otras fiestas como aquellas. A la tercera copa, claro, intentaba hacerles cómplices de mi escepticismo: “Todas las fiestas son iguales: gente borracha”. Pero aquella multitud borracha era renuente a la complicidad. Incluso Nahikari, cuyo argumento principal era el siguiente: los que han estado en las fiestas de San Fermín dicen que las de Bilbao son mejores. En fin. Gente borracha en Bilbao, gente borracha en Pamplona, en Río de Janeiro o en Berlín. Claro que mi escepticismo se contradecía con una recalcitrante militancia festiva. Llevábamos un gorro con una ikurriña y la leyenda “Gora Euskadi”, bailábamos pogo en las txoznas, veíamos religiosamente la tertulia de Joseba Solozábal en Telebilbao y bebíamos hasta alcanzar ese punto de fuga que tanto suele temer Antonia. El último día Nacho y yo estábamos completamente descontrolados. Nos echaron de todos los bares. Organicé un espectáculo en un restaurante, una parodia de las payasadas surrealistas, que crecía a medida que era celebrado. Borja y Nacho se enfadaron. Alberto rodó por el suelo. Nacho me hizo un tajo de quince centímetros en el cuello. Reventamos un espectáculo transformista. Haritz y Mónica huían de nosotros. Y así. Ni siquiera fuimos a ver la obra de Alberto. Bueno, Alberto fue